Zúrcete un aura en el cuerpo
y deja entrar por ella la energía
para encender el farol de la esquina,
esa en que se bifurca la calle de tu cerebro
hacia el Orión de tu sonrisa y el mar de tu dolor,
avenidas que se encuentran en el parpadeo del horizonte.
¡Reniega la oscuridad de las veredas!.
¡Tus pies deben penetrar la neblina del ocaso
para llegar a ser simiente en la matriz de la aurora!.
Cuando logres incubarte en su tibieza, nacerá,
crecerá ese verbo parido entre tus ojos
eclipsando en tus cejas las angustias.
Vamos, camina por la calle iluminada
alcanza con tus manos esas mantas bordadas
con la mirada de los dioses, con ella de abrigo,
cruza las columnas, sumérgete en las esferas
aquellas donde conviven con la misma aura,
entre ruido y silencio, dolores y sonrisas.