Sonrisas muertas vuelan con tus esperanzas,
gregarios nichos se agolpan en tu mirada.
Avanzas solo, sin temer a los iracundos
mientras congregantes juegan a ser dioses
y oran por tu viaje en que cargas tus penas.
Simulas tener esa confianza que tuviste
cuando conversabas con tus hermanos,
en la cofradía, allá entre las calles
con adoquines alumbrados por faroles
de sentimientos humanos y divinos.
En tu viaje, confundes la noche y el día,
los relojes con pantallas de vidrio
refractan la luz del silencio
con minuteros en vaivén
organizando campanas
para el hoy, en éste tu viaje
como en el ayer, como en el mañana.
No, no has tenido el frío que paralizaba los ojos en tu alfa,
pero la incongruencia de esas nuevas sensaciones
atraviesa las oscuras paredes de tu cuerpo
encapsulado en tu mente, a la espera
de templar la sangre en un retorno
por las arterias de tus sentidos.
De lo que sí estas seguro, es que volverás
con piernas que te otorgarán en alguna galaxia
y nunca más volverás a arrinconarte bajo la Tierra
acurrucado bajo alguna piedra, acariciando tus rodillas
por el temor de caminar con el sol de otra constelación.
Y cuando transites con distintos ojos por el hoy
en tu vigilia, recordarás siempre que tus pasos
por una nueva vida de sueños pasará siempre
por la tibieza de la matriz de la esperanza.