Ha fallecido la muerte,
se ofician lúgubres lamentos
en el altar de oscuro panteón,
sobre negras y blancas baldosas.
Entre bancas de mármol
lloronas desaguan impiedades
alumbradas con pálidos cirios
alzando cesantes guadañas.
En siniestro cortejo a contraluz
acólitos besan sus ojos sonrientes,
con mirada perdida viaja por el averno
vuela hacia las pestañas del universo.
Salmos y letanías en postrer esfuerzo
acallan quejas silentes de almas por renacer,
gritan ahogadas en túneles de luz:
“En el mañana después del funeral
¿Qué será de la vida sin el cuerpo de la muerte?
¿Viviremos eternamente sin enjugar una lágrima?”
¡Sólo el eco responderá con un cósmico tic-tac!
Nosotros, después de la última despedida
con paciencia heredada, jugaremos a ser dioses.
¡La muerte ha muerto, larga vida a la muerte!
Lionel. Septiembre de 2004