Inclinados oramos en voz tu salmo en la capilla,
al costado del mar, a la sombra de la historia.
Se oía mi respiración recorriendo el altar
con cirios en tus ojos, a la búsqueda
de la mujer que en otros tiempos
acariciaba un día los maderos.
Se juntaron en las manos
las voces hechas verbo
en la promesa de tu fe.
Recorrí con letanías
el manto protector,
jurando en el atrio
volar con la paloma
para encontrar la vida
en las hostias perdidas
en los confines de un día mío.
Hoy recuerdo en silencio el sendero
que nos llevó a esa oración en medio del sol
y agradezco la silente mirada de invitación a vivir en tu fe.